Sonora. Crónica del desierto

     Una vez más la aventura toca a mi puerta; con solo imaginar estar viajando por un lugar desconocido por mis ojos, me embarga la emoción y la adrenalina empieza a emerger, cual burbuja efervescente…

     Y llegó el día. Varios meses de logística muy precisa, se desvelan por fin; Esta vez nos espera a más de 2400 Km. de nosotros un desierto de gigantes, a  solo dos horas de la ciudad de Hermosillo, se encuentra el territorio sagrado de los Indios Seris, el desierto de Sonora.

     Ahí nos dirigimos un grupo, bastante pintoresco a mi parecer; por un lado nuestros amigos Toño, Jerónimo y Santiago, amantes pasionales de la buena caza , van en busca del venado bura y col blanca, el jabalí del desierto y el rey por excelencia de las montañas rocosas, el Borrego Cimarrón. Una especie codiciada por los hombres,  cuales instintos de superación, buscan al acecho, a través de la sierra, caminando desde el amanecer día tras día

     Por otro lado, un grupo de personas desconocidas entre sí, pero con un pasión en común; Volar! 

     Armados con paramotores, iniciamos nuestro viaje desde el alba, hacia el norte de Hermosillo, hasta tocar el mar de Cortés, ubicado Justo debajo de las costas de Baja California.

     Bordeando la costa, recorrimos más de 60 Km. adentrándonos a las tierras de los ancestros, donde vive una comunidad indígena, que aún hoy, conserva libremente su propio sistema de gobierno; Los Seris… Estos indios fueron los primeros pobladores de estas tierras, desde hace más de 500 años. 

     En estos tiempos tempranos el territorio Seri se extendía desde la Bahía de Guaymas hasta unos 120 kilómetros al norte de la isla Tiburón y tierra adentro, casi hasta Hermosillo. Inicialmente, se estima que había más de 5000 Seris, habitando estas arduas tierras y debido a las inclemencias del desierto, tenían que recorrer largas extensiones de terreno, en busca de agua. Viviendo principalmente de Perseguir animales, cazar aves, fauna marina, y recolectar plantas silvestres, les suponían una vida nómada, que los llevaba a lo ancho de todo su extenso territorio. Su existencia se basaba en la supervivencia de los más fuertes y Sólo los más robustos, sobrevivían a la enfermedad, al hambre y  la privación.

    En la actualidad, los Seris, celosos de sus tierras y lo secretos que estas guardan, se han visto forzados a instalarse en pequeñas comunidades cerca de la costa, reduciéndose a menos de 700 integrantes en total. 

     A pesar que el desarrollo también tocó a sus puertas, la construcción de una carretera no deseada y algunos intentos del gobierno por darles un hogar “digno”, traducido en unas pequeñas casas inacabadas de concreto, Los Seris, no otorgan la entrada a cualquier turista curioso por la exploración, así que por este motivo, nuestro viaje se ponía más interesante…

     Nuestra misión, cruzar volando en paramotor desde tierra firme, hasta la isla del tiburón, cruzando a través del mar de Cortés, hábitat de mantas gigantes y tiburones blancos; sobrevolar la isla más grande de México y regresar.

     Durante varios años nuestros amigos cazadores han forjado un cercana relación con los Seris y gracias a la adquisición de un rancho de caza y los dólares proporcionados por los turistas, que compran permisos, para obtener una de estas magníficas piezas, teníamos el acceso asegurado, pero debíamos extenderlo, para poder desplegar nuestras velas.

     Durante dos días, desde las 8 de la mañana hasta el ocaso tratamos de volar desde la playa, esperando que el viento frío, llegado del norte, amainara y nos permitiera despegar.  Varios intentos fortuitos y eternas horas de espera, parecía que hubiera despertado la furia de los dioses y denegado el permiso, para tal fin.

     Finalmente, al tercer día, una familia de Seris, compuesta por varios niños, dos mujeres, tres hombres y el mismo gobernador Seri, se acercaron curiosos para ver los aparatos voladores.

     De cerca, demuestran la rudeza en sus rostros, la desconfianza hacia nosotros era evidente, pero debido a la buena relación de los anfitriones, el ambiente se relajó y tras estrecharnos las manos, los invitamos a subir, en uno de los biplazas. Volando podrían disfrutar sus tierras desde el aire , convirtiéndose en aves, por un momento…

     Fernando fue el designado para esta tarea, su predisposición y talento los llevaría a descubrir la grandeza de los cielos. Los preparativos para ellos eran sencillos, bastaba con un chaleco, un casco y unas pocas instrucciones. Sus caras de preocupación antes de cada despegue, se hacía evidente, sus manos estrujaban con fuerza los barrotes y unas sonrisas nerviosas se escapaban de sus serios rasgos; Emocionados e impacientes, primero volaron los niños, las mujeres seguido de  los  hombres y  cuando ya todos habían volado, fue el turno del anciano gobernador. Cada vez que uno de ellos aterrizaba, la felicidad iluminaba sus rostros! esta alucinante experiencia había marcado sus vidas para siempre; el sentimiento de gozo y alucinación, se desprendía a través de sus gestos de emoción, brincos y piruetas… 

     Por fin llegó el momento de la revelación máxima, al que todo el equipo, desde tierra, esperábamos impacientes, el veredicto final del gobernador. Desde lo lejos observábamos como el paramotor biplaza surcaba la costa, ascendía hacia las nubes y después de varios giros empezó a bajar; preparándonos para el aterrizaje, cada uno de nosotros, listos para recibir al honorable anciano.

     finalmente el cielo se abrió y los rayos de sol iluminaron al pasajero. debajo del casco apareció un nuevo rostro, la felicidad cubría su cara desvelando una larga historia de vida, en una sonrisa chimuela. El gobernador tuvo su encuentro con los dioses y en éste, acordaron nuestro permiso…

    Al día siguiente bendecidos y con total consentimiento llegamos de nuevo a la playa. El día era perfecto, el sol brillaba acariciando las rocas, el rocío de la mañana aún cubría los gigantes cactus sabuesos y saguaros y un águila pescadora, todavía adormilada, sobrevolaba curiosa a nuestro alrededor.

    Cada uno en silencio preparaba su equipo para el gran cruce; todos listos y tras una previa junta para discutir la maniobra, uno tras otro comenzó el despegue…

     Y por fin ahí estábamos, en mitad del mar de Cortés, cruzando el canal de infiernillo, con una gran emoción y respeto, surcando los cielos, hacia la grandiosa isla del Tiburón…

    La lengua nativa de los seris es el “Hokan”